Comentario
Nueve siglos antes, Inglaterra había sufrido su última invasión y, ante la marea alemana, se preparó para resistir. Quizá el mejor ejemplo del espíritu de aquellos días lo expresaba la oratoria de Churchill, primer ministro desde mayo: "Lucharemos en las playas, lucharemos en los lugares de aterrizaje, lucharemos en los campos y las calles, lucharemos en las montañas. Jamás nos rendiremos".
El categórico rechazo a cualquier trato con Hitler y a cualquier claudicación coincidió con un deseo de continuar la lucha, apelando a los recursos de las colonias. Sin saberlo, los alemanes que habían iniciado una guerra europea, se vieron en un conflicto mundial para el que no estaban preparados.
Hitler y los generales habían planeado una conflagración continental, en el teatro de la expansión alemana del siglo XIX y Primera Guerra Mundial. La actitud inglesa desbordó ese marco y los alemanes se vieron enfrentados al reto de dominar el mundo.
Ese era, para ellos, un objetivo imposible. Para los ingleses, un pacto habría supuesto la devolución a Alemania de las colonias perdidas en 1918 y su entrada en el universo colonial que la política imperial no estaba dispuesta a consentir. Pero a corto plazo, la guerra parecía ser sólo europea y los ingleses estaban convencidos de que la invasión se intentaría por vía marítima, que era la más fácil.
La flota alemana había salido quebrantada de la campaña escandinava y el Almirantazgo no temía ese reto. Había un buen programa de construcciones aéreas en marcha, y aunque la Aviación era todavía deficitaria, unida a la Marina se mostraba capaz de detener cualquier aventura naval enemiga. Y como los efectivos terrestres eran los trescientos y pico mil soldados evacuados de Francia, con sólo 500 cañones y 200 carros, se complementaron con la Home Guard, una reunión heterogénea de ciudadanos, armados y encuadrados a toda prisa, pero con seriedad.
Las fuerzas navales organizaron una Striking Foice de 36 destructores para oponerse a la primera fuerza de invasión, y la Auxiliary Patrol para vigilar directamente las costas, porque la Horne Fleet, la verdadera fuerza de batalla, necesitaba veinticuatro horas para entrar en acción.
El peligro no era tan inmediato como parecía. Los alemanes carecían de planes de desembarco y Hitler esperaba que la derrota continental conduciría a los ingleses a pactar.
Hasta el 2 de julio de 1940 no ordenó iniciar el estudio de un plan de invasión que se llamó Operación León Marino. Su preparación fue tan ligera que, el 15 del mismo mes, Hitler dispuso que todo estuviera listo para mediados de agosto.
El plan preveía dos oleadas sucesivas sobre cuatro playas entre Folkestone y Selsey, con 3.500 embarcaciones de todo tipo que era imposible reunir en tan poco tiempo. Es difícil creer que el meticuloso mando militar alemán creyera seriamente en una operación así improvisada, que más bien parecía un gigantesco gesto teatral de Hitler para atemorizar a los ingleses y obligarles a pactar.
Los almirantes alemanes hicieron ver la imposibilidad de cruzar el Canal sin tener superioridad aérea y León Marino se retrasó. Cuando, a mediados de septiembre, se comprobó que el cielo estaba dominado por los ingleses, se pospuso nuevamente.
Hitler decidió entonces que lo primordial era invadir Rusia y sólo se lucharía contra Inglaterra mediante submarinos y aviones para destruir su moral y su economía. Al pensamiento estratégico prusiano le era más familiar una campaña continental contra Rusia que la complicada invasión marítima ajena a sus tradiciones. De modo que el objetivo principal pasó a ser el futuro frente del Este.
La fecha de León Marino estaba marcada para el 3 de septiembre. Se dilató hasta el 29 y, por fin, fue aplazada indefinidamente. El León Marino se ahogó sin tocar el mar.
El 17 de agosto de 1940 Hitler declaró el bloqueo total a Inglaterra, como un recuerdo de la estrategia que ya había fallado en la Primera Guerra Mundial. A principios de septiembre se hundieron buques de todas las marinas beligerantes, mientras Hitler pensaba en un bloqueo con tres procedimientos: la acción submarina, las incursiones de la flota de superficie y el bombardeo con aviones que se adentraran en el mar.
El hundimiento, sin previo, aviso del paquebote Athenia con 1.400 pasajeros a bordo hizo recordar el asunto del Lusitania en la guerra anterior. El submarino alemán U-30 lo había torpedeado y 28 pasajeros norteamericanos encontraron la muerte.
Ante la protesta diplomática, la Marina alemana negó el hecho. La propaganda de Göebbels llegó a decir que el Almirantazgo inglés había hundido el Athenia para acusar al Reich.
En estas primeras escaramuzas los alemanes lograron una baza que habían intentado en vano durante la Primera Guerra Mundial. Scapa Flow era una de las principales bases de la flota inglesa. Situada en las Orcadas, estaba defendida por un completo sistema de minas y redes metálicas Un espía, instalado años atrás en la zona, había descubierto un punto débil en la defensa, cuando una red antisubmarina fue levantada para reparaciones. Guiado por sus noticias, el U-47, mandado por el ober leutenant Prien, penetró en la rada y torpedeó al acorazado Royal Oak y el crucero Repulse, los hundió y abandonó la base entre el desconcierto de las defensas.
En el aparato propagandístico del Reich había lugar para la nostalgia. Durante la Primera Guerra Mundial, buques corsarios alemanes atacaron las comunicaciones imperiales inglesas y se intentó recordarlos.
Cuando la guerra estalló, el acorazado de bolsillo Admiral Graf Spee navegaba, con guardiamarinas a bordo, en un viaje de prácticas. Situado en el Atlántico sur, inició una campaña devastadora para el comercio británico que, en dos meses hundió 9 buques y casi 50.000 toneladas.
A principios de diciembre necesitó aproximarse a la costa uruguaya en busca de petróleo y suministros, porque sus buques auxiliares estaban controlados por los ingleses. El día 13 tomó contacto con tres cruceros enemigos, Exeter, Achilles y Ajax, y trabó combate.
Obligado a refugiarse en Montevideo, con poco combustible y dañado por dos impactos del Exeter, el comandante alemán pidió quince días de asilo para reparar. Por presiones inglesas sólo consiguió uno y prefirió volar el buque, tras salvar a la tripulación, antes que ser capturado.
Más tiempo pudo operar el Atlantis, un buque mercante, dotado de cañones, torpedos, minas y hasta un pequeño hidroavión. Había sido preparado expresamente para actuar como corsario, al mando de un marino de guerra y con todos los medios precisos para hacerse pasar por otros barcos.
Desde su base de Noruega iniciaba viajes programados para unos veinte meses, cortando la ruta del cabo de Buena Esperanza. El abastecimiento se hacía mediante submarinos en alta mar, y el Atlantis navegó y cobró 22 presas hasta ser interceptado por los ingleses en septiembre de 1941.
La lucha por las comunicaciones marítimas inglesas vino determinada por el estado inicial de ambas flotas. Cuando la guerra estalló, Alemania contaba con 50 submarinos costeros y 65 oceánicos e Inglaterra con 38 submarinos y 66 buques de escolta.
Mientras en la Primera Guerra Mundial, la construcción submarina alemana fue lenta, desde 1939 se aceleró. Los ingleses, por su parte, planificaron concienzudamente la defensa.
A principios de 1940 se estableció que los buques autónomos y rápidos se desviaran al norte para evitar a los aviones alemanes. Los convoyes se aproximaron a la costa por un canal delimitado y controlado por la Aviación británica. Además se instalaron armas antiaéreas a bordo de los mercantes.
La flota alemana de superficie carecía de potencia para intentar un dominio efectivo y la verdadera "batalla del Atlántico" no se inició hasta que, en marzo de 1941, la construcción naval alemana botó gran número de nuevos submarinos que compensaron las pérdidas sufridas hasta entonces.
El duelo naval se concretó entre británicos e italianos. Estos contaban con una gran flota compuesta por 8 acorazados, 26 cruceros ligeros, 61 destructores, 120 submarinos y muchas embarcaciones menores. Pero ni su voluntad ni sus medios técnicos podían compararse a los ingleses.
Las batallas de Punto Stilo (julio) y Cabo Taulada (noviembre) demostraron, antes de finalizar 1940, que Italia no contaba como potencia naval. En lo sucesivo, sus buques se dedicaron a tareas menores como mantener precariamente las rutas de Sicilia a Libia, y a atacar, con poco éxito, los convoyes de Gibraltar.
El verano de 1940 estrenó una denodada lucha en el aire. Su origen no fue un plan previsto, sino la necesidad de preparar la operación León Marino.
El Mando alemán pensaba que el dominio del aire era una condición precisa para cualquier operación naval, sobre todo desde que la campaña noruega había demostrado la vulnerabilidad aérea de los grandes barcos. En principio, la Luftwaffe parecía muy superior a la RAF, y el mando alemán actuó confiado.